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Iván Fernández

Enfermedad: Gota

«Ya han pasado 15 años desde que, con 28 años me desperté una mañana sin poder poner el pie izquierdo en el suelo. No lo entendía, no me había hecho daño con nada. La tarde anterior me tomé 6 cervezas (juro que sin alcohol). Llamé al centro de salud y me dieron cita. Casi no pude llegar del dolor. Una vez allí me dijeron que era un esguince. Hoy, tras varios años de vagar entre médicos, con crisis continuas en las articulaciones de mi pierna izquierda, puedo decir que soy un enfermo de gota, pero controlada. Porque lo importante en esta enfermedad es eso, el control.

Lo primero que te diría, a ti, que si me estás leyendo es porque te está pasado o te ha pasado algo similar o porque a un familiar cercano le ha pasado, es que te entiendo.

Entiendo que pases por un dolor que solo tú conoces. Entiendo que en ocasiones digas: “si no he comido/bebido nada que me pueda provocar esto ahora”. Entiendo que en algunos momentos te embargue la culpa porque algunas personas desde el desconocimiento te van a decir eso de: “anda la gota, eso es porque te cebas de marisco” o “enfermedad de reyes”. En mi caso es genética, la primera herencia de mi padre de la que no quieren el impuesto de sucesiones. Y llegó pronto, y eso también fue un estigma al principio: “pero… ¿gota? ¡Tan joven!”.

Lo peor que pude hacer fue no ponerme en manos de un reumatólogo especialista en gota hace 15 años. Pero cuando por fin lo hice, mi vida cambió. Se acabó empezar a notar las molestias de forma constante, se acabó dejar de hacer cosas por este motivo y pasar un dolor que inhabilita.

Empecé a entender qué era esta enfermedad que no se cura, qué podría provocarme si no me cuidaba y empecé a dominar yo la situación. Con tu médico lo puedes hacer. Ahora voy a verle una vez al año o cada dos (casi ni me acuerdo) y voy a contarle que me siento orgulloso y agradecido porque ahora, soy un enfermo de gota que no sufre por ella”.